Vivimos en ciudades de asfalto, rodeados de pantallas, encerrados entre paredes de hormigón. Nos despertamos con el sonido de una alarma, en lugar del canto de los pájaros. Compramos comida envasada sin conocer de dónde viene. Todo en nuestra rutina parece alejarnos de la naturaleza, como si fuera algo externo, algo ajeno a nosotros.
Pero aquí está la trampa: no estamos separados de la naturaleza porque somos naturaleza.
Nuestro cuerpo es un ecosistema en sí mismo. En nuestra piel y en nuestro intestino viven millones de microorganismos que nos ayudan a vivir. Respiramos oxígeno que proviene de los árboles y exhalamos dióxido de carbono que ellos utilizan para crecer. Cada célula de nuestro cuerpo ha sido construida con minerales que alguna vez estuvieron en una roca. Cada gota de agua que bebemos ha circulado por ríos, mares y nubes durante millones de años.
Entonces, ¿por qué sentimos que la naturaleza es “otra cosa”?
La separación es una ilusión cultural. Durante siglos, nos hemos contado una historia en la que el ser humano está por encima de todo, dominando el mundo como si fuera un recurso a su disposición. Pero esta visión nos ha llevado a crisis ambientales, a ciudades grises, a una vida desconectada del ritmo natural de la Tierra.
¿Qué pasaría si cambiamos el relato?
Si entendiéramos que no somos visitantes en este planeta, sino parte de su red infinita de vida, quizás nuestras decisiones serían diferentes. Tal vez cuidar un bosque no sería una acción altruista, sino una forma de cuidarnos a nosotros mismos. Tal vez consumir con conciencia no sería un sacrificio, sino una manera de honrar nuestra propia existencia.
La naturaleza no es un lugar al que vamos los fines de semana. Es lo que somos cada día. Y cuando lo recordamos, todo empieza a cambiar.
¿Tú qué opinas al respecto ¿Te sientes naturaleza o ajeno a ella?